El Perú viene experimentando un ciclo de crecimiento económico que continuará por un tiempo más junto con un precario desarrollo institucional. Este artículo sostiene que estas ideas dualistas son recurrentes en nuestra historia, que algunos grupos las promueven aún en el periodo presente y que sectores influyentes están interesados en el mantenimiento de esta situación abierta o soterradamente. Se cierran espacios de deliberación y los cambios y las influencias de nuevos actores tienen su contraparte en situaciones e ideas de malestar y debilitamiento de lazos de cohesión social y confianza. Además, se sostiene que no es sencillo encontrar expresiones económicas, políticas y sociales que reviertan esta situación, ante la negligencia y desinterés del Gobierno y de un variado espectro de quienes podrían ser protagonistas de cambios cuando existan oportunidades para producirlos.
El dualismo nos persigue. La noción de espacios institucionales y sociales que marchan por separado y no terminan de encontrarse se ha usado para aludir a las divisiones sociales, en menor medida las étnicas, pensando luego en la sierra y el resto del país. Se emplea ahora también para una economía que crece y un mercado que se expande y, a la vez, unas instituciones políticas: las del Estado en sus diferentes sectores y las organizaciones políticas débiles, irrelevantes y a veces ocasionadoras de atrasos y perjuicios. Seguimos entonces caminando en círculos, trasmutando en nuevos contenidos un mismo estilo de razonamiento.
Sabemos de la debilidad del Estado, lo imaginamos laberíntico, con rutinas poco conocidas, trámites engorrosos y sectores de su aparato que siguen diversas orientaciones muy diferentes unas de las otras; característica esta última, por cierto, no exclusiva del Perú. Mientras se incrementa el número de las maestrías de gestión pública en diversas universidades del país, con variados grados de calidad académica, puede parecer una pregunta inocente o fuera de lugar si realmente interesa cambiar en profundidad esta institución, sepultados como estamos en informes de consultoría y expertos con un nuevo estilo de presentación de sus propuestas.
Un Estado mínimo ineficiente con interesados y discretos partidarios
En un reciente diálogo entre Julio Cotler y Alberto Vergara, el primero señalaba que desde hace más de veinte años los técnicos vinculados al actual estilo de desarrollo del país opinaban que para que los ministros de economía del periodo tomaran las decisiones estratégicas bastaban no más de cuarenta funcionarios de su confianza. Vergara, más confiado en los costos primeros y las ventajas finales de un modelo neoliberal que al cabo puede volverse liberal a secas, entiende que quizás se trate en primer lugar de remover obstáculos y dar el marco para una nueva institucionalidad una vez despejado el camino de los iniciales y necesarios cambios.

Con presidentes oscilantes en el momento de decidir y congresos desprestigiados, los poderes fácticos no tienen que invertir demasiado en recursos estratégicos o simbólicos para que se sigan sus orientaciones.

¿Pero a quiénes interesa promover el cambio en el Estado y para qué? El Estado tiene un núcleo duro, pero las decisiones vinculantes de la política, en teoría, las deben tomar los gobernantes. Y aunque pueda parecer una contradicción en los términos y un tanto de mal gusto, quizá a los grupos más influyentes les interese un Estado mínimo y “abigarrado” (tomando esta expresión prestada del sociólogo boliviano Zavaleta Mercado y sabiendo que para muchos, entre ellos a mi amigo Cotler, la expresión les rechine). Se sabe que con presidentes oscilantes en el momento de decidir y congresos desprestigiados, los poderes fácticos no tienen que invertir demasiado en recursos estratégicos o simbólicos para que se sigan sus orientaciones; importan unas pocas señales más que las enérgicas demostraciones de oposición a una medida. A los mineros, salvo en alguna coyuntura crítica de determinados conflictos, les basta expresar su posición. Los empresarios de los principales sectores saben que ya se traspasó el problema de acceso si las puertas están abiertas y dictan por lo general las reglas a seguir. A la prensa ¿de oposición? le basta unos pocos editoriales o entrevistas televisivas para revertir decisiones sobre, por ejemplo, los intentos de compra por parte de Petroperú de la refinería de La Pampilla. Al margen de si esta decisión resultaba atinada o no, es un tema de discusión que no tuvo oportunidad de desplegarse, pues se descalificó una alternativa, guillotinándola (recordemos que las cabezas volaban de un solo cuchillazo lanzado desde las alturas y moviendo una sola cuerda) y calificándola de “mamarracho retrógrado”.
Y si bien es cierto que algunas inversiones pueden demorarse en los pasillos de la administración pública, que ello justifique con buenas razones resquemores y críticas de grupos económicos no parece afectar los términos del crecimiento que se proyecta, y en todo caso, estos obstáculos van a ser considerablemente menores que para otros actores de la sociedad. Puede aceptarse este modelo económico si esa es la legítima opción que se toma. Sin embargo, quizás se ha llegado al punto en que para adquirir mayores niveles de aceptación y estabilidad, este Estado ya no puede seguir por más de veinte años con el mismo tipo de administración económica, y alguna orientación debe tener para arbitrar conflictos, dar ideas que representen a otros grupos de la sociedad que aquellos a quienes se ha privilegiado y hacer que el conjunto de ciudadanos se sientan concernidos en algún nivel mínimo en asuntos públicos, para ir un poco más allá, entonces, de ideas auspiciosas o de los límites, según como se juzgue, del “emprendedurismo” económico individual y otras de parecido tenor.
Cuando intercambiar ideas no importa sino como gesto
Trasladándonos no solo al transitado tema de la decadencia de los partidos políticos y de las organizaciones sociales, sino inmersos como estamos en un ambiente que penetra en los vasos capilares de la sociedad, estamos ante una sociedad donde no se delibera. En la discusión sobre la concentración de los medios de comunicación a manos del grupo El Comercio, no parece haberse desembocado en una polémica con argumentos “claros y distintos” sobre oligopolios empresariales y límites a la libertad de expresión. En muchos de los voceros de cada uno de los puntos de vista, los argumentos se encaminan con más frecuencia de la que se debiera esperar por vías separadas. Y un grupo significativo de los científicos sociales, así como de columnistas, discurre entre las pretensiones de ser maestros pensadores, adherirse sin despegarse a los sucesos del día o hacer de consejeros animados de una dosis de esperanza acerca de lo que debiera ocurrir para que haya partidos de derecha y de izquierda, sustituyendo así las voluntades que corresponden a otros con consejos a los que ya no son ni príncipes ni cortesanos.
Y la alicaída izquierda ha perdido la capacidad de proponer en el corto plazo, pero también en términos de proyectos, y no asume su derrota en el plano de las ideas —salvo que integre el desvaído nacionalismo del Gobierno, como sucedió en sus inicios, como parte de su bagaje intelectual, cuando tan lejos estuvo de sus tradiciones, y acaso para bien—, y hasta parece aceptar en los hechos un no expresado conformismo moviéndose dentro de los mismos referentes y los mismos conocidos.
Esta ausencia, que afecta la calidad de nuestro pluralismo, y con ello la de la democracia, tiene sin embargo una consecuencia más grave. La izquierda, junto con sus aspiraciones de justicia en diversos periodos y contextos, ha sido afectada en sus credenciales de defensora de los derechos humanos. Dicho esto, lo cierto es que es la izquierda es la fuerza política que ha hecho más por entender y condenar las consecuencias de la guerra interna padecida en el país por más de una década, por dar cuenta de lo ocurrido en el país y por buscar la reparación de los que padecieron el conflicto, labor que sin duda será insuficiente, quizá ni siquiera paliativa, pero que debe emprenderse, y buscar además que no haya olvido. Aunque daría la impresión de que este empeño se encuentra cada vez más aislado, y que en ocasiones pasa a ser parcialmente un trabajo de especialistas que hablan por el conjunto de ciudadanos sin darse cuenta de que esos ciudadanos cambiaron. Y pareciera además que faltaran fuerzas, y en algunos casos hasta voluntad, para dar la pelea remando contra la corriente.
La buena voluntad y el vuelo corto de las reformas emprendidas
Este Estado mínimo y esta ausencia de deliberación, que se eslabonan y cierran sin demasiado trabajo de orfebrería con un periodismo de investigación que casi ha desaparecido, limitan las reformas cuando se intentan y no llega a comprenderse bien o simplemente no se comprende cómo se articulan. No es tema de este artículo, pero es necesario una breve alusión a ellas.
En cuanto a educación se refiere, sabemos que los cambios introducidos modifican contenidos curriculares y alteran parcialmente la excesiva descentralización cuando afectan la calidad de la enseñanza impartida, y esta es más intensa y alcanza una mayor cobertura en la educación intercultural bilingüe. Además, han sido introducidos criterios nuevos de gestión, se invierte significativamente en infraestructura, se capacita a los maestros e introduce una estructura meritocrática. En cuanto a los gremios de maestros, su oposición ha sido parcialmente atenuada por la división de sus organizaciones.
Las políticas focalizadas se apoyan, como una de sus orientaciones prioritarias, en la transferencia condicionada de ingresos, es decir, los niños deben concurrir al colegio y a los centros de salud para que sus padres sean incluidos en los programas sociales del Estado. Esto mejora sin duda la situación de los grupos extremadamente vulnerables, pero resulta por lo menos exagerado decir, como lo señalan los organismos internacionales, que aseguran un cambio en la situación de las generaciones futuras. Aquellos parecen situarse en el delgado y cambiante límite de la extrema pobreza, la pobreza y un grupo de elusivas clases medias que se mueven hacia el extremo inferior.
Las políticas diferenciadas son inevitables si no se les otorga el sello de la exclusividad. La segmentación en clases sociales del sistema educativo es un rasgo distintivo del Perú, a diferencia, en parte, de Brasil o de Argentina, donde la enseñanza pública, al menos en sus niveles superiores, compite y supera en calidad a la privada. Se trata de un proceso histórico de larga duración, y sus precedentes y proyección requieren de un periodo también prolongado. Sin embargo, si no se hace un esfuerzo en esta dirección y no se vinculan los procesos de calificación e innovación con el desarrollo en esta etapa de crecimiento económico, no es posible saber cuándo se hará. Y ni siquiera parece tratarse de negligencia; simplemente son pocos en nuestras precarias élites quienes piensan en este tema, cuando no lo naturalizan.
Avances sociales y malestar
De acuerdo a la encuesta de movilidad social realizada por el IEP, 76% de los ciudadanos desconfía de los partidos políticos, el 74% del Congreso de la República y un 68% del Poder Judicial. Mediciones realizadas por empresas de opinión pública presentan resultados similares.
Acudamos entonces a la sociedad para justificar un razonamiento optimista. La evidencia de profundas transformaciones es abrumadora. Parece estar emergiendo un nuevo grupo de clases medias que cambia el rostro de las principales ciudades —y no solo en Lima—, mediante la inversión en vivienda y la extensión del consumo. Aun en la sierra, para algunos autores, la ampliación de las comunicaciones, desde la construcción de obras de infraestructura hasta la penetración de la telefonía celular, promueve mercados y favorece la realización de mejores negocios.
Una vez reconocida esta realidad, parece estar difundiéndose un sentimiento de malestar que va más allá del rechazo el Estado y a los políticos, sentimiento que, como suele ocurrir cuando se lo vive, no termina de fijar un ancla, y tiene que ver, pareciera, con la redefinición de expectativas. Surgen nuevos pensamientos y aflicciones sobre lo que se quiere alcanzar y no se obtiene, así como en otros actores emerge una conciencia más intensa de las situaciones de exclusión, cuando todo parece estar movilizándose y cambiando de posiciones, situación alentada por diversos discursos eufóricos, desde los oficiales a los que difunde la publicidad de los medios. Y estas dudas, desilusiones e incertidumbres se sienten cuando se sale de la comprobación abstracta de las brechas sociales a su vivencia, aun cuando las personas se encuentren en mejor posición relativa, si bien no todas, por cierto.
Dicen las encuestas que la mayoría no nos sentimos contentos con lo que estamos viviendo en términos comparados en relación con Latinoamérica, lo que es, por lo menos, un síntoma, más allá de las reservas que tiene el autor de estas líneas respecto de absolutizar determinados valores subjetivos en datos estandarizados cuando se mueven en demasiados escenarios como para que las afirmaciones definitivas puedan darnos suficientes garantías de seguridad de los resultados obtenidos.
Convivencias cuestionadas
Quizás, vistas las cosas desde esta perspectiva, podamos alejarnos de la visión del Perú como dos países diferentes, sentimiento o reflexión que nos asedia. Y acuden entonces en nuestro auxilio viejas lecturas. En el nuevo escenario, algo está ocurriendo con la cohesión social y otro proceso con la confianza. Durkheim se refería a la primera como sentimientos de solidaridad colectiva que constituían el cemento de la sociedad. Afirmaba la vigencia de un elemento no contractual asociado a la identidad y la cooperación gravitando en el despliegue de los múltiples contratos de nuestra vida social. Aludía a nociones de una común pertenencia, valores e ideas expandidas por el conjunto de la sociedad, a unos criterios de involucramiento en normas que concernían a todos.

La inercia del crecimiento económico, los años felices que nos esperan por lo menos, al decir de los expertos, por tres años más, no nos está llevando a superar los principales problemas de nuestra sociedad, pero no interesa o deja exhausta a la mayoría pensar en el largo plazo.

No se trata, situados en términos contemporáneos, de pensar una sociedad sin conflictos, pero al menos saber cómo definirlos ayuda si se quiere buscar las vías para superarlos, para urdir consensos provisorios en función de normas y señas de identidad que sean las bases mínimas de un orden en que nos podamos ubicar desde el asentimiento o la discrepancia. Estamos sujetos a la opacidad del poder y las dificultades para personalizarlo, aunque el rechazo a gobernantes y políticos no instaura el convencimiento de que sea el motivo principal de los desasosiegos presentes, más allá de la repulsión que estos representantes provoquen. Los esfuerzos personales valen quizás en mayor grado que en otras etapas de nuestra historia, pero a la vez hay mecanismos que coartan o despojan de parte de su contenido a tales esfuerzos. No se sabe bien ni dónde se está parado, ni que nos vincula a los otros, y probablemente no hay límites más infranqueables que aquellos que nos son desconocidos.
Y sin cohesión no hay confianza ni en el sistema político, ni a nivel interpersonal, como desde hace años nos muestran las encuestas comparadas a nivel de América Latina, en las que ocupamos los escalones inferiores. Tocqueville, hasta en el plano radical de la existencia misma de la sociedad, sostiene que los ciudadanos deben agruparse y sostenerse en aspiraciones compartidas, lo que solo puede lograrse si se renuncia en parte a algunas opiniones ya formadas en la búsqueda del consenso con los otros. En otros autores, interpretados aquí con alguna libertad, supone un sustento compartido en nuestra convivencia de valores y derechos, de lealtades mantenidas ya no solo por determinados umbrales de comportamiento altruista, sino para que puedan apuntalarse mínimas seguridades y finalmente solidaridades que supongan algún renunciamiento que no vayan en detrimento de competencias e intransferibles aspiraciones personales. Quizás este razonamiento no sea tan ingenuo si sabemos que las instituciones sociales y políticas requieren de una trama que integre normas, valores, marcas culturales y relaciones de poder aceptadas, y en todos estos planos seguimos acusando fallas y fisuras.
La inercia del crecimiento económico, los años felices que nos esperan por lo menos, al decir de los expertos, por tres años más, no nos está llevando a superar los principales problemas de nuestra sociedad, pero no interesa o deja exhausta a la mayoría pensar en el largo plazo, lo cual requiere a la vez audacia y paciencia, vastos grupos de ciudadanos lo saben, pero algunos de ellos se apegan a la coyuntura porque los grandes negocios van a seguir saliendo, y los que no participan de tales beneficios limitan su inconformidad a su fuero personal o aceptan resignadamente que es inútil emprender esfuerzos colectivos. A fin de cuentas, los grupos emergentes pueden disfrutar la primavera sabiendo que solo es una estación del año, y que en Lima y en numerosas regiones del Perú ni siquiera tiene contornos bien definidos. Insidiosamente, o si se quiere expresión truncada de lucidez, irrumpe el ya mencionado malestar.
La voluntad y la inercia
Monsieur L’ État y madame La Société pueden ser un matrimonio mal avenido, que a veces pareciera haber agotado sus temas de conversación, pero se conocen lo suficiente como para dejar fuera de juego las afirmaciones fulminantes de que nunca tuvieron nada que ver o que ya se acabó cualquier vínculo, pues lo más probable es que la política irrumpa en la sociedad y la sociedad en la política cuando elijamos candidatos que no nos conforman y debamos aceptar a regañadientes o entre violentamente alguien de fuera que nos coloque ante nuevos dilemas y respuestas que no nos van a satisfacer.
Ya es demasiado tiempo el que nos acostumbramos a no mirar más lejos de nuestras circunstancias inmediatas, entre otras razones por el pertinaz empeño de nuestros medios de opinión y la irrelevancia de nuestras opciones para mirar un poco más allá de las presiones del presente. Y no estoy seguro que desde esta actitud se piense en cambios, cualquiera sea su orientación.
Insistimos, la inercia en la economía y en la política a la que se nos quiere conducir, tomándola como virtud o con resignación, hace que adquieran la naturalidad del sentido común las todavía profunda divisiones sociales existentes en el mismo momento que están ocurriendo transformaciones radicales en el país. Es un momento especialmente propicio para promover cambios orientados a construir una sociedad más igualitaria y afirmarnos como comunidad. Sin embargo, no es lo que está ocurriendo.

* Sociólogo, Investigador del IEP.