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Introducción 1

En el Perú se dice que el país se gobierna desde el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), con lo cual se quiere subrayar el peso que el modelo económico, los grupos empresariales y los tecnócratas del MEF tienen sobre los actores políticos. Se dice también que estamos en “piloto automático” con lo que se desea indicar que los principales lineamientos  de la política económica del fujimorismo continuaron en  los gobiernos de Toledo, García y Humala; es decir,  estamos ante una suerte de status quo neoliberal. Lo anterior también puede expresarse de otra manera: hoy los actores políticos cuentan con poco margen de maniobra para variar el esquema económico y a esto es a lo que me refiero con el declive de la política, al empequeñecimiento de los actores políticos ante los poderes corporativos y los tecnócratas, lo cual  quedó dramáticamente escenificado por Ollanta Humala quien ganó las elecciones con el perfil de un nacionalista-reformador, pero a poco de instalarse en Palacio de Gobierno se convirtió al neoliberalismo y siguió las “hojas de ruta” de Toledo y García, a quienes había fustigado durante sus dos campañas electorales como continuadores de la política económica del fujimorismo.

Hoy los actores políticos cuentan con poco margen de maniobra para variar el esquema económico y a esto es a lo que me refiero con el declive de la política.

Este artículo explora las implicancias de vivir tiempos en que la política no puede gobernar la economía y predomina el corto plazo de la lógica tecnocrática-empresarial. Una segunda dimensión del declive de la política es su desvalorización ante la opinión pública, cuya expresión más visible es la alta desaprobación de las autoridades gubernamentales, las instituciones estatales y los partidos políticos; evidentemente esto tiene implicancias profundas en el descrédito de la propia democracia. La tercera dimensión de este declive tiene relación con los enfoques de análisis que, a pesar de los cambios mencionados, siguen circunscribiéndose casi exclusivamente en actores políticos que carecen de la relevancia de otras coyunturas, por lo cual conviene replantear los marcos de reflexión y las preguntas de investigación que retomen las mallas de relaciones entre las esferas política y económica. El artículo cierra con unas reflexiones sobre las perspectivas y el escenario que vamos a recibir de cara a las próximas elecciones presidenciales.   

El declive de la política 1

El Humala candidato representó la promesa de devolver a la política su papel regulador sobre la economía y la sociedad. Se erigió como el Damocles peruano que iba a terminar con la inercia neoliberal y corregir los desequilibrios de nuestro crecimiento económico, esto es, el desarrollo de algunos sectores y regiones, y la postergación de otros. Sin embargo, a poco de asumir la presidencia, Humala cambió de posición y pasó sin solución de continuidad al bando tecnocrático-neoliberal. Fue como si el retador de los poderes corporativos se doblegara ante la complejidad de la empresa, casi como una confirmación de la irrelevancia de los actores políticos para variar el orden económico. Este viraje acortó las diferencias entre Humala, Alejandro Toledo y Alan García a quienes se puede englobar como parte de la era neoliberal que el país vive desde hace 25 años. En fin, Humala evidenció con extrema destemplanza el rol subordinado de la política ante la economía.

Esta situación contrasta con épocas en que los actores políticos eran agentes de innovaciones en la economía y la sociedad. Aunque no nos identifiquemos con sus medidas, Velasco y sus “reformas estructurales” apuntaban a construir un nuevo orden económico-social. Sus reformas alteraron de tal manera la sociedad que el Perú actual no se comprende cabalmente sin remontarnos a aquel período. El Alan García del “programa heterodoxo” se propuso levantar un orden económico sobre el eje de la alianza entre el Estado y el sector empresarial nacional. Esta alianza no funcionó y si bien acabó en una aguda crisis, en su momento marcó la iniciativa de la política ante los agentes económicos. Las “reformas neoliberales” de Fujimori, por su parte, trastocaron el esquema económico de los ochenta: desapareció la antigua clase empresarial nacional (los Doce Apóstoles), reestructuró el aparato productivo-laboral en el que ganó preeminencia el capital internacional y levantó un orden económico orientado a las exportaciones tradicionales y a los servicios. Velasco, el Alan “heterodoxo” y el Fujimori del primer gobierno fueron innovadores, no se detuvieron ante el status quo y, por el contrario, sus reformas buscaron dar respuesta y sintonizar con las problemáticas de la sociedad.

Velasco, el Alan “heterodoxo” y el Fujimori del primer gobierno fueron innovadores, no se detuvieron ante el status quo y, por el contrario, sus reformas buscaron dar respuesta y sintonizar con las problemáticas de la sociedad.

En su segundo periodo gubernamental, Fujimori renunció a las innovaciones. Fue una suerte de primer continuador del modelo implantado por él mismo en su gobierno de 1990-1995. Aunque fue reelecto con el compromiso de “combatir la pobreza”, el crecimiento económico resultó bastante modesto entre 1995 y 2000. La pobreza se mantuvo encima del 50% y en 1998-1999, prácticamente no hubo crecimiento del PBI. Se podría decir que el apoyo popular que mantuvo provenía de las “rentas políticas” por haber estabilizado la economía y pacificado el país entre 1990 y 1993. En todo caso, la crisis asiática puso en evidencia la vulnerabilidad del modelo económico que, como dijimos, encontró continuadores en Toledo y García II, a quienes, gracias al boom de precios de las materias primas y del auge de las inversiones privadas, les bastó el “piloto automático” para deslizarse en la ola de crecimiento económico internacional.

Humala, cabe reiterarlo, llegó al poder sobre la ola de expectativas de un importante sector de peruanos que demandaba cambios o ajustes en el modelo económico: ese tercio que votó por él en las primeras vueltas de 2006 y 2011, y que Tanaka, Barrenechea y Vera (2011) muestran que se caracteriza por ser un electorado rural, indígena y pobre. Esta demanda de reformas no significaba un retorno a las políticas velasquistas, sino más bien la ampliación de los beneficios del crecimiento económico a los sectores “no contactados”. Las cifras macroeconómicas soslayan que en el Perú existen siete millones de pobres, de los cuales un millón y medio son pobres extremos y viven con menos de 155 soles al mes (5 soles diarios). Aquí en Lima Metropolitana, para no ir muy lejos, dos millones de compatriotas carecen de agua potable y más de 50 mil niños de 0 a 5 años sufren de desnutrición. El viraje de Humala dejó a estos electores sin representación ni  voz en el Estado.

El declive de la política 2

De otro lado, creo que es evidente que la conversión neoliberal de Humala debilitó más la ya mellada imagen de los políticos ante la opinión pública. Esta es una segunda dimensión del declive de la política: ha dejado de ser la esfera en la que se procesan las demandas y aspiraciones de los diversos sectores sociales. Los poderes públicos aparecen como espacios avasallados por lobistas (contratistas con el Estado) y defensores de intereses particulares (congresistas vinculados a la minería ilegal y  a  universidades privadas). Considero que esta es la cuestión de fondo en la depreciación de los partidos e instituciones políticas en la opinión pública. Sobre el desprestigio de los actores políticos se ha escrito bastante, por lo que solo haré algunas breves anotaciones.

El abandono de los actores políticos de sus ofertas de campaña y del mandato de sus electores encierra un mensaje perverso contra el juego democrático.

Aquí el problema es que la baja aprobación ciudadana de los poderes públicos se extiende peligrosamente a la propia institucionalidad democrática. El abandono de los actores políticos de sus ofertas de campaña y del mandato de sus electores encierra un mensaje perverso contra el juego democrático: la pérdida de trascendencia del sufragio, su debilidad para establecer vínculos entre electores y gobernantes, con lo cual se profundiza el abismo entre Estado y sociedad. Dada la radicalidad del discurso del Ollanta Humala candidato, su abandono de posiciones reformistas resultó más destemplado. La baja aprobación de Humala (18% en enero de 2016) contrasta con la alta aprobación de otros mandatarios de la región que llegaron con propuestas de reformas al estilo de Humala pero no hicieron el viraje. Evo Morales en Bolivia llega al 55% de aprobación (marzo de 2016) inclusive luego de perder el referéndum y estando diez años en el poder, mientras que Rafael Correa en Ecuador mantiene una aprobación del 40% (febrero de 2016) con nueve años como Presidente.

Este segundo declive de la política puede ilustrarse con dos casos que, aunque anecdóticos, resultan reveladores en relación con la percepción ciudadana sobre la política. La primera es el hecho que los jóvenes que se movilizaron contra la denominada “Ley Pulpín” se dirigieran recurrentemente al local de la Confiep y al centro financiero de San Isidro, antes que a la Plaza Mayor o la Plaza Bolívar. Era como si los jóvenes decidieran tocar las puertas de las sedes del empresariado para interpelar a los que estarían detrás de la “toma las decisiones” del Ejecutivo. El segundo hecho es la sonada encuesta de Datum (setiembre de 2014), la cual indica que  el 41% de los entrevistados manifestó que votaría por un candidato que “roba, pero hace obra”. La interpretación general fue que estamos ante un electorado pragmático o cínico. Sin embargo, esto también puede leerse como consecuencia de la baja expectativa que genera la política en la actualidad, casi como una invocación desesperada a romper con la inercia de la política. Cabe destacar, que de la misma encuesta se desprende que es mayor el porcentaje que está en contra de votar por el que “roba, pero haga obras”, es decir  la permisividad a la corrupción corresponde a un sector, aunque importante, minoritario.

El declive de la política 3

Una tercera dimensión del declive de la política tiene que ver con los enfoques de análisis vigentes que se concentran en los actores y la coyuntura política, dejando de lado las relaciones de interdependencia entre economía, política y sociedad. Estos enfoques se convirtieron en dominantes en la década de 1990 y fueron una reacción al “determinismo estructural” que marcó buena parte de los análisis de los decenios de 1970 y 1980. Tuvieron, en todo caso, un carácter renovador para entender el ascenso de outsiders que aparecían con un amplio margen de autonomía frente a los movimientos sociales y las fuerzas socioeconómicas. Dichos outsiders pudieron actuar “a la libre” en medio del desmoronamiento de la sociedad pos-oligárquica, caracterizada por el papel central del Estado en la economía, un discurso nacionalista-revolucionario y una sociedad movilizada. A Fujimori le correspondió alterar los diversos órdenes de la sociedad posoligárqica y, junto a otros outsiders, inauguró un nuevo orden económico y social de tipo neoliberal. En la medida que estos outsiders se salían de los encuadramientos de clase, el énfasis en los “actores” fue clave para entender la política y la sociedad que emergió en los añosde 1990.

Hoy los actores políticos manifiestan un carácter conservador, aparecen empequeñecidos ante el modelo económico-tecnocrático, prisioneros de las estructuras de la sociedad neoliberal.

Esta situación, sin embargo, ha variado drásticamente. Hoy los actores políticos manifiestan un carácter conservador, aparecen empequeñecidos ante el modelo económico-tecnocrático, prisioneros de las estructuras de la sociedad neoliberal. Si lo característico de estos veinticinco años es la “continuidad del régimen económico”, el análisis de las relaciones de interdependencia entre economía y política puede iluminar aspectos velados por aquellas perspectivas que parecen asumir la “autonomía absoluta” de la esfera política, casi su aislamiento de las otras dimensiones de la sociedad. Como refería el recordado Carlos Franco (1998), en la realidad social no existe la política como una dimensión separada de los órdenes económico, cultural, institucional, etc. Esta separación es una “operación analítica”, una abstracción temporal que requiere ser restituida a la trama de procesos que la constituyen para su plena comprensión.

Considero que asistimos a la adopción de facto de la política como una esfera autorreferencial que nos lleva a considerar que una reforma electoral o la prohibición de la reelección de los presidentes de los gobiernos regionales es suficiente para transformar y optimizar nuestro sistema político. Las formas en que la política se entronca con las esferas económicas, sociales y culturales son diversas y constituyen hoy un terreno básicamente sin explorar, aunque existen algunos valiosos estudios para la política subnacional. En el trabajo de Barrenechea, por ejemplo, la emergencia de Alianza para el Progreso aparece casi como una prolongación del consorcio educativo construido por César Acuña. En el libro de Zavaleta la perspectiva es similar: en los espacios local y regional han emergido, en el marco del crecimiento de las últimas dos décadas, actores empresariales que están traduciendo su poder económico a la esfera de la política. 2 Los estudios de Barrenechea y Zavaleta sacan a la luz las tramas de relaciones entre política y economía, aunque restringidas al ámbito subnacional. Tal vez con la excepción de Francisco Durand y su tesis sobre la “captura del Estado”, carecemos de investigaciones que coloquen en el centro del debate los diversos vasos comunicantes entre la política nacional y las redes de poder económico. Develar estas relaciones puede ayudar a la comprensión de los entrampes que caracterizan el actual escenario político.

Comentario final

Resolver el desequilibrio entre actores económicos y  políticos es una de las cuestiones de fondo de la actual crisis de representación.

Considero que resolver el desequilibrio entre actores económicos y  políticos es una de las cuestiones de fondo de la actual crisis de representación. No se trata de volver a la época de los políticos “adánicos” que se proponen la refundación de la república o, peor aún, de una vuelta al estatismo de los setenta. Pero tampoco se puede devolver la confianza ciudadana en la política si esta no puede hacer los ajustes o reformas al modelo económico demandados por la opinión pública. La última encuesta de Datum (22/03/16) revela que el 91% de peruanos desea cambiar el modelo económico, aunque solo el 29% está pensando en un cambio total; el 34% opina que debe cambiarse parcialmente y el 28% en algunos aspectos (solo el 3% está contento con el modelo). El problema es que estas demandas, que pueden encararse con una política efectiva de “diversificación productiva”, no están siendo canalizadas por la esfera política y la insatisfacción se va acumulando.

No afrontar este desequilibrio tiene sus costos políticos. Si bien Toledo y García II no nos llevaron a ninguna crisis, haber aplicado el “piloto automático” les ha pasado la factura en las recientes elecciones. Toledo ha descendido del cuarto lugar, obtenido en las elecciones de 2011, al rubro de “otros” con el 1.3% de los votos nacionales. Alan García, probablemente el político que mejor se ha desempeñado en anteriores elecciones presidenciales, ocupa el quinto lugar con el 5.8%, que apenas le da para pasar la valla electoral. Esto contrasta con el 22.5% que obtuvo Luis Alva Castro el candidato aprista que postuló en 1990 luego del crítico primer gobierno de García (1985-1990). Creo que no es desatinado prever que Humala tendrá un curso similar de presentarse en el 2021. Así, el modelo económico funciona como una suerte de moledora de “carne política”, de trituradora de aquellos actores que se someten al status quo neoliberal.

Para cerrar, la política necesita inmiscuirse un poco más en la economía. El Latinobarómetro de 2011 ya mostraba la interdependencia entre una esfera y la otra. Encontraba, por ejemplo, que en los años de crecimiento económico en el Perú, que van de 2000 a 2005, el apoyo a la democracia cayó 18 puntos por debajo de la región, a 40%. Esto ocurre porque el crecimiento se ve disociado de la distribución. Mientras que entre 2008 y 2010 el apoyo a la democracia crece al 61% correlacionado con el incremento de aquellos que perciben que el país tiene “justifica distributiva” que pasa de 8% a 14%. Así, la suerte de la política está unida a la economía y al bienestar general. Desafortunadamente, pese al gobierno de Humala, la inclusión social es todavía una cuestión pendiente.


  1. Agradezco las sugerencias de Toni Zapata a una versión preliminar de este artículo. Como es usual, los errores son responsabilidad el autor.
  2. Sobre la necesidad de perspectivas que vinculen la política con lo enfoques estructurales e históricos, también en también Meléndez (2012) y Vergara (2007).

Referencias Bibliográficas

BARRENECHEA, Rodrigo. Becas, bases y votos. Alianza para el Progreso y la política subnacional en el Perú. Lima: IEP. 2014.

FRANCO, Carlos. Acerca del modo de pensar la democracia en América Latina. Lima: Fundación Friedrich Ebert. 1998.

Latinobarómetro Perú 1995-2011. Disponible en: www.latinobarometro.org

MELÉNDEZ, Carlos. La soledad de la política. Transformaciones estructurales, intermediaciones políticas y conflictos sociales en el Perú (2000-2012). Lima: Mitin Editores. 2012.

TANAKA, Martín, Rodrigo Barrenechea y Sofía Vera, Sofía. “Cambios y continuidades en las elecciones presidenciales 2011”. En Revista Argumentos, n° 2, mayo de 2011. Disponible en: <http://revistargumentos.org.pe/cambios_y_continuidades_en_las_elecciones_presidenciales_2011.html>

VERGARA, Alberto. Ni amnésicos ni irracionales: las elecciones peruanas en perspectiva histórica. Lima: Solar. 2007.

ZAVALETA, Mauricio. Coaliciones de independientes. Las reglas no escritas de la política electoral. Lima: IEP. 2014.