En alguna conferencia, hace algunos años, Carlos Franco decía que su vida había sido regida por dos grandes máximas: “un fracaso más qué importa” y “persistir en el error”. En alguno de sus últimos escritos, explicaba el origen de lo que podría llamarse su posición política: “Acaso por el imperio de los calendarios o por mi ya larga militancia en la internacional de los perdedores, intentaré argumentar ahora un elogio del realismo desencantado […]” (Franco 2004: 77).

Vistas así las cosas, podría pensarse que lo notable de Franco fue su integridad y honestidad política e intelectual: nunca renegó de sus apuestas, se mantuvo fiel a ellas y asumió sus consecuencias.

Esta mirada irónica a sí mismo se entiende a la luz de las apuestas políticas de Franco: apoyó las reformas “participativas” del gobierno de Velasco, luego el populismo tardío del primer gobierno de Alan García, después pensó que el populismo peruano alumbraría una modernidad popular verdaderamente nacional y, finalmente, se mostraría crítico frente a la democracia como régimen, precisamente porque la configuración “criollo-occidental” del Estado le impediría superar el desafío de representar a ese mundo popular cholo-plebeyo. Sin embargo, creo que con el tiempo aprendimos, a mi juicio, que ninguna dictadura puede justificarse, por más progresista que se presente, que el puro voluntarismo político termina en el desastre económico, que la apuesta por la modernidad popular desembocó en la anomia y terminó siendo cooptada por el fujimorismo, cuyo carácter autoritario llevó precisamente a una revalorización de la democracia como régimen político. Vistas así las cosas, podría pensarse que lo notable de Franco fue su integridad y honestidad política e intelectual: nunca renegó de sus apuestas, se mantuvo fiel a ellas y asumió sus consecuencias, actitud poco común en un medio más bien habituado a las constantes mudanzas sin mayores justificaciones. No obstante, este criterio deja de lado sus importantes aportes intelectuales. En este texto comentaré algunos de sus principales trabajos de naturaleza política, dejando de lado otras contribuciones valiosas. 1
El populismo de Velasco y García, y la crítica a la izquierda
Las controvertidas apuestas políticas de Franco se justificaron siempre en nombre de la necesidad de llevar adelante cambios profundos en el país. Así, el respaldo a Velasco implicó asumir
… el carácter necesario que adquirió la unidad de contenido social [“socialmente democratizador”] y la forma política [“políticamente autoritaria”] en vista del patrón histórico que marcó la evolución de la sociedad peruana y la forma de articulación de la sociedad con el Estado oligárquico inmediatamente anterior al pronunciamiento militar […] sin la concentración del poder y el empleo de la fuerza no era posible, insistimos, en las condiciones del Perú de la época, realizar profundas transformaciones sociales. (Franco 1979: 416)
Para el autor, este sería “el ‘secreto’ de la experiencia peruana” (ibíd.).
Se trata, ciertamente, de una mirada antipática y políticamente incorrecta, pero, según Franco, asentada en un diagnóstico descarnado de la realidad peruana y de los límites de los intentos de transformación política que parten de lo social o de los actores políticos y de las instituciones convencionales en un país como el nuestro. Así, en el Perú,
La inmensa mayoría de la población nacional, entendiendo por ella el campesinado serrano y costeño y el creciente sector marginal urbano, se encontraba desarticulada y no disponía de un grado de organización y conciencia de sus intereses que le permitiera actuar de un modo independiente en el país. […] Los obreros y empleados sindicalizados, si bien relativamente organizados, constituían una minoría en el país y los intereses que los movilizaban eran de naturaleza reivindicatoria y corporativa. […] Los grupos de poder económico financiero, terrateniente y comercial eran percibidos como “enemigos”, de los cuales sólo podía esperarse oposiciones y resistencia política”.
Y, finalmente, “[…] el desafecto por los partidos, y más precisamente por sus dirigencias, se expresó en una desconfianza permanente acerca de su capacidad para cooperar en la dirección de los cambios o brindar un apoyo sostenido a las reformas” (pp. 347-348).
¿No suena cuerdo el diagnóstico, por más que no compartamos sus conclusiones? En todo caso, Franco lanza un serio desafío a quienes apostaríamos por realizar cambios sociales importantes en democracia. El competidor de la apuesta populista de Franco fue la izquierda, que también iba por cambios profundos, pero por la vía revolucionaria. Franco opone su razonamiento al de los intelectuales de izquierda, que estarían caracterizados por:
1) una crítica constante, intensa y amarga contra las posiciones y conductas políticas distintas a las suyas; 2) sucesivos pasajes del activismo y el protagonismo político a la reflexión académica y la investigación científica; 3) elaboración constante de previsiones del curso político, frecuentemente desmentidas por la realidad, y formulación normativa y moralizante de los patrones a los cuales debería sujetarse la acción de los actores políticos y sociales; 4) combinaciones complejas de actitudes basadas en una suerte de “pesimismo histórico”, expresadas en visiones sombrías o catastróficas del futuro del país, y en un “voluntarismo político”, más bien retórico, expresado en esperanzadas expectativas acerca de la “inminencia” de cambios políticos y la “vecindad” histórica de una revolución socialista en el Perú”. (p. 275) 2
Cualquier parecido con la realidad actual no es mera coincidencia, por supuesto.

Años después del fracaso del velasquismo, Franco apoyó políticamente al APRA y el liderazgo del primer Alan García. Esa apuesta se fundamentó en una original lectura del marxismo y de su implantación en América Latina.

Años después del fracaso del velasquismo, Franco apoyó políticamente al APRA y el liderazgo del primer Alan García. Esa apuesta se fundamentó en una original lectura del marxismo y de su implantación en América Latina, y del papel de Haya y Mariátegui en la construcción de un proyecto nacional y popular. Para Franco, “Haya y Mariátegui elaboran las primeras bases teóricas para una aproximación latinoamericana a los problemas del desarrollo, la nación y el socialismo” (Franco 1981: 112). Estas ideas se presentan en un breve libro que mereció y merece mucha más atención que la que recibió en su momento, Del marxismo eurocéntrico al marxismo latinoamericano (Lima: Cedep, 1981): ¿cuántos intelectuales peruanos se han atrevido a reflexionar sobre la teoría política marxista desde preocupaciones latinoamericanas? Muy pocos. Franco parte de criticar el “paradigma eurocéntrico” de Marx, y deduce que Marx no le resuelve a nadie la tarea de formular teórica y prácticamente los problemas vinculados al desarrollo, la construcción de la nación y la promoción del socialismo tal y como se presentan en la América Latina de hoy. Y aunque esto parezca extraño, ésta parece ser la mejor manera de entender el legado histórico de Marx. (p. 65) 3
A continuación, Franco explica de qué manera se entiende el problema del poder, la nación y el socialismo en Haya y Mariátegui:
[…] plantearse el problema del poder implicaba, en las condiciones del paisaje social latinoamericano, descubrir un principio político organizador de la nación, identificar sus sujetos históricos y construir una forma de organización política de los mismos. Habida cuenta de la heterogeneidad de las condiciones de existencia, la desarticulación de los sujetos sociales, la fragmentación de sus conciencias y la pluralidad de sus impulsos por el cambio, cada uno de ellos percibió la radical incapacidad de cualquiera de los grupos sociales para vertebrar, por sí mismos, el movimiento nacional contra la dominación extranjera y por el desarrollo independiente […] [ambos] estuvieron de acuerdo hasta fines del [año] [19]27 en la idea de un movimiento nacional operado por la convergencia política de obreros, campesinos, intelectuales, artesanos y productores nacionales. Cada uno de estos grupos sociales, por su enraizamiento histórico simultáneamente socio-económico y étnico-cultural, portaba parcialmente la nación y, por tanto, el desarrollo de la identidad nacional se fundaría en un movimiento interclasista basado simultáneamente en la definición de la política como articulación consciente y prospectiva de lo diverso y en la presión por la unidad surgida del activo conflicto con el imperialismo y el latifundismo. (p. 88)
 En la primera mitad de la década de 1980, la convicción de la necesidad de un “movimiento interclasista basado […] en la definición de la política como articulación consciente y prospectiva de lo diverso” llevó a Franco a apostar por el liderazgo de Alan García, quien podría haber culminado aquello que Velasco dejó inconcluso:
[…] la realización de la posibilidad de nacionalizar el Estado, esto es, de transformar la nación en poder, clausuraría el último ciclo histórico peruano, iniciado en los 50, y llevaría a su término definitivo el proceso de constitución del Estado nacional promovido por Velasco en los 70. (Franco, 1991: 41) 4
Nuevamente, esta opción se basó en un diagnóstico sugerente de la situación del Perú de la década de 1980, que ha resistido bien el paso del tiempo, según la cual […] aquí en el Perú, como en muchas sociedades dependientes, la fuente económica principal de las diferencias sociales se fue constituyendo en torno a la desigual distribución del capital (tecnología) antes que sobre las relaciones jurídicas y sociales de propiedad, y su expresión estructural fue la emergencia de sectores socioeconómicos [urbano moderno, informal urbano, rural moderno y rural andino] antes que una madura estructura de clases. (p. 24)
Las reformas necesarias consistirían en “transformar el actual carácter sectorial urbano-moderno del Estado peruano en un Estado nacional”, así como en “descentralizar la estructura del Estado sometiéndolo al control de la sociedad” (p. 28). Los agentes sociopolíticos del cambio no podrían “expresarse más bajo los términos de un proyecto partidario de la clase obrera o de un proyecto partidario de frente único de clases explotadas […] [más bien] exigen su expresión en un extenso, masivo y concertado movimiento nacional” (p. 29).
La apuesta por García le ganó a Franco nuevamente las críticas de la izquierda. Franco, por su parte, percibía a esta al garete, sin proyecto propio y a la sombra de la acción de los caudillos: 5
La pérdida de la independencia política (la que, no lo olvidemos, consiste en vivir de su propio pozo y de la realidad) convierte a la izquierda, pero muy especialmente a la “izquierda de la izquierda” en una sombra del presidente. Y en una sombra inmóvil, o que solo se mueve, como todas las sombras, cuando la figura lo hace. En otros términos: por mirar al presidente no se mira al país o éste solo aparece ante su mirada a través del presidente. No es casual, por tanto, que esa izquierda no levante una interpretación y un significado autónomos de la realidad, pues ella vive alimentándose de los márgenes o los intersticios del discurso presidencial. No es casual tampoco que el país no perciba de ella ninguna propuesta propia sobre sus problemas que no sea otra cosa que decir “no” al presidente o “sí” cuando no puede evitarlo […]. Al proceder de este modo, la “izquierda de la izquierda” continúa prisionera de la vieja cultura política oligárquica. Como lo recuerdan los hombres de mi edad, ésta se organizó en torno a hombres y no a ideas, a carismas y no a organizaciones, a caudillos y no a problemas, a estilos y no a instituciones, a imágenes y no a propuestas […] ¿qué fue más funcional en esa época, qué reforzó de modo más intenso la forma caudillesca de la política que una oposición centrada en el caudillo? (Franco 1986: 21)
Nuevamente, suena familiar y de gran actualidad.
La “otra” modernidad y la crítica al paradigma democrático
En medio del fracaso estrepitoso del gobierno de García, Franco parece abrigar sus esperanzas de cambio en la sociedad, no en la política. A pesar del fracaso del populismo con Velasco y García, este podría al final ganar la batalla, haciendo de “partero” del esperado cambio social, de la “sociedad plebeya”, alternativa a la sociedad peruana tradicional. Diversos textos que expresan esa nueva apuesta aparecen compilados en el libro Imágenes de la sociedad peruana: la “otra” modernidad (Lima: Cedep, 1991). Así,
[…] probablemente lo que más desconcierta [a las clases medias y altas y sus intelectuales liberales o socialistas] es la secreta intuición de que esa “sociedad plebeya” es o parece ser hija del populismo, acaso su continuidad histórica “por otros medios” o su posibilidad de reconstituirse transformándose. (p. 141)
Al final, se trató en realidad de lo que podríamos considerar el último fracaso de sus apuestas políticas: como sabemos, la esperanza de que de la “plebe urbana” emergieran las bases de una sociedad alternativa terminó en la década de 1990 con la constatación de que los sectores populares urbanos terminaron siendo uno de los soportes más importantes del fujimorismo y de sus viejas prácticas autoritarias, caudillistas y clientelares. Sin embargo, otra vez, en la base de esta apuesta fallida se halla un diagnóstico sugerente que sigue pareciendo pertinente. Esa sociedad plebeya tendría “orientaciones valorativo-conductuales” caracterizadas por:
1. Cambiantes combinaciones, definidas situacionalmente, de intereses personales y familiares con los grupales y comunales; 2. Tendencias simultáneamente favorables al distribucionismo estatal y al ahorro, la inversión privada, la reducción de costos y el productivismo; 3. Disposición por modalidades participativas para la integración socioestatal de sus organizaciones; 4. Preferencia por la negociación sociopolítica; 5. “Democratismo pragmático”; 6. Percepción del desarrollo como la gradual sucesión de logros en el tiempo; 7. Propensión hacia el desarrollo económico endógeno y empresarialmente mixto; 8. Una visión “más ancha” de la nación, al menos en comparación con las que orientan a los grupos sociales y actores políticos “integrados”. (p. 133)
En esta ocasión, la inclinación de Franco por el protagonismo de lo social, no de lo político, lo acercó a las posiciones de izquierda, que también buscaba refugiarse en el terreno social después de la crisis política posterior a la división de la Izquierda Unida en 1989, acercamiento que se haría mayor en los años siguientes.

Lo que podríamos llamar la última etapa de producción intelectual de Franco es la que lo conduce ya no a fundamentar nuevas apuestas políticas de coyuntura, sino a mantener viva la opción por la necesidad de cambios sociales profundos en el país.

Lo que podríamos llamar la última etapa de producción intelectual de Franco es la que lo conduce ya no a fundamentar nuevas apuestas políticas de coyuntura, sino a mantener viva la opción por la necesidad de cambios sociales profundos en el país. Para esto, centró sus energías en fundamentar una crítica de fondo a las maneras de pensar la democracia en nuestros países. Así como antes criticó la “importación acrítica” del marxismo en América Latina por parte de la izquierda, esta vez fustigó “la renuncia al enfoque histórico-estructural, [a considerar los particulares] procesos conformativos del régimen demoliberal en Europa Occidental y la acrítica importación de ese régimen en América Latina”. 6  En un texto de 1993 7, después del golpe de Estado de Fujimori, ya Franco postulaba que
[…] los reiterados fracasos de los intentos de construir la democracia en el Perú se me revelaron […] como la inevitable consecuencia de un persistente error metodológico cometido en la definición de su contenido. Dicho error […] consiste en la disociación del “sistema universal de reglas, actores e instituciones” (con el cual se identifica) del específico patrón histórico europeo-occidental que la funda. (p. 10)
Así, habría que considerar “no solo […] el marco de la transición entre actores, gobiernos o incluso el Estado, sino […] la transición y transformación de las identidades y de las relaciones étnico-culturales, es decir […] el marco de la larga duración histórico-cultural”; y entender que “por nuestro específico patrón histórico, la construcción democrática forma parte de los procesos culminatorios de la nación y el Estado nacional, del desarrollo económico autosostenido y del logro de una posición autónoma en la ‘comunidad internacional ” (p. 15).
Acerca del modo de pensar la democracia en América Latina (1998) es uno de los más importantes textos que hayan producido las ciencias sociales peruanas. 8 El libro destaca por su ambición teórica: criticar el paradigma predominante en la ciencia política latinoamericana e internacional, marcado por una definición procedimental de la democracia, y en particular criticar a dos de sus más notables exponentes, como Fernando Henrique Cardoso y Guillermo O’Donnell (y a este último en particular). Para Franco, como veíamos, la democracia como régimen surgió en Europa occidental a consecuencia de procesos muy particulares, ausentes en América Latina. Esos “procesos históricos que configuran el surgimiento de la forma democrático-liberal de gobierno” serían, primero, la existencia de “Estados nacionales independientes en control del sistema económico y político internacional”; segundo, el desarrollo capitalista; tercero, el desarrollo de la esfera pública; y cuarto, una “configuración político-cultural ‘nacional-ciudadana’”. A pesar de que nuestros países no pasaron por estos procesos, adoptamos la democracia como régimen político y nuestros académicos empezaron a conceptualizar a esta como conjunto de “actores, reglas e instituciones”, dejando de lado preocupaciones centrales de naturaleza “histórico-estructural”. Ello porque los científicos sociales latinoamericanos, “huyendo del autoritarismo y sus horrores se encontraron con ‘la democracia’, cuando de su equipaje intelectual y político habían retirado ya los enfoques histórico-estructurales y las opciones valorativas que los comprometieron en las décadas anteriores” (p. 210). Es decir, Franco cuestiona el que los científicos sociales latinoamericanos se alejaran de los paradigmas marxistas y revolucionarios para adoptar paradigmas liberales y democráticos. El populismo de Franco y su opción por la realización de cambios profundos lo conduce en la década de 1990 a formular una dura crítica al paradigma democrático liberal representativo predominante. Así, paradójicamente, Franco, duro crítico de la izquierda marxista revolucionaria en los años setenta y ochenta, terminó en los noventa siendo una suerte de ideólogo de esta.
Nuevamente, Franco suena políticamente “incorrecto”, pero su propuesta está fundamentada en un diagnóstico de la realidad de nuestros países que no puede ser desatendido. Desde su mirada, en América Latina tendríamos
[…] un patrón que vincula Estados nacionales dependientes o de formación inconclusa y que opera, bajo modalidades subordinadas o periféricas, en la estructura política y económica internacional; capitalismos industriales tardíos, estructuralmente descentrados y heterogéneos, cuyos procesos de acumulación, producción y distribución de excedentes experimentan crisis recurrentes, mientras sus intercambios desiguales con el mercado mundial le impiden extraer de éste los recursos necesarios para el impulso de su propio desarrollo; crónicas segmentaciones económico-sociales o étnico-culturales que erosionan o bloquean la integración de sus sociedades y les impiden participar, de modo estable, en la regulación de sus Estados; hibridaciones histórico-culturales y abismales desigualdades sociales que conspiran contra la generalización de relaciones nacional-ciudadanas entre sus miembros o clasifican a éstos en categorías ciudadanas de primera, segunda o tercera clase, etcétera. (p. 207)
La conclusión sería que “resulta inviable la construcción, en la mayoría de países de América Latina, de democracias representativas dignas de ese nombre” (p. 263). Lo que tendríamos no serían democracias propiamente dichas, sino “regímenes civiles con amplia base electoral, reducida y desigual representación de un sector urbano-moderno en rápida declinación, ciudadanización recortada y con actores, legalidad e institucionalidad operativamente particularistas y crecientemente informalizadas” (p. 263). Franco llama a esto “democracias representativo-particularistas”. De allí la reiterada necesidad de “ciertas reformas sustantivas […] [que] son indispensables para la formación y desarrollo de la democracia política. Las reformas sustantivas a las que nos referimos son las que producen desigualdades socialmente aceptadas o legítimas y condiciones de ciudadanía” (p. 228).

Años después, dentro del paradigma democrático criticado, se demostró que, sin dejar de manejarse una definición procedimental, era perfectamente posible atender la preocupación por lo que hoy llamaríamos la “calidad” de la democracia.

Este tipo de reflexiones, que concitaron tempranamente la atención sobre lo que hoy llamaríamos “problemas de inclusión social” y “déficits de legitimidad” de nuestras precarias democracias, así como acerca de la necesidad de ensayar nuevas formas de régimen, no generaron el debate que merecieron, 9 acaso porque el creciente carácter autoritario del fujimorismo llevó precisamente a valorar la democracia como opción política. Años después, dentro del paradigma democrático criticado, se demostró que, sin dejar de manejarse una definición procedimental, era perfectamente posible atender la preocupación por lo que hoy llamaríamos la “calidad” de la democracia y poner en agenda la necesidad de cambios “estructurales”. Es decir, podemos perfectamente hablar de democracias representativas de mala calidad sin negar su carácter democrático y representativo, y registrar los límites en el funcionamiento de nuestras democracias y sus especificidades históricas no tendría por qué llevar a negarlas, sino, por el contrario, a procurar afianzarlas, enraizarlas, profundizarlas. 10  En el razonamiento de Franco, por el contrario, tendríamos que reservar el nombre de democracias representativas a una forma de gobierno solo posible en el futuro luego de resolver nuestros serios problemas de desigualdad. La pregunta a continuación sería qué forma de régimen tendrían que llevar adelante las reformas profundas que aparecen como precondición para la “verdadera” democracia, y la respuesta no es clara en absoluto. Uno sospecharía que nuevamente Franco estaría apostando por el populismo como la fórmula transitoria. Al respecto, cabe citar un diálogo entre Carlos Franco, Julio Cotler y Guillermo Rochabrún publicado en 1991. Podría decirse que allí Franco anuncia parte del argumento del libro de 1998: el paradigma liberal-representativo parte de un “deber ser” “eurocéntrico” que no se corresponde con nuestra realidad, de allí que no resulte útil para pensar la realidad ni realista como aspiración de régimen político, y aparece el populismo como una suerte de solución transitoria. 11
Los desafíos de Franco y las formas de amar al Perú
 Si alguna constante encontramos en este recuento es que, si bien las apuestas “políticamente incorrectas” de Franco terminaron en fracasos, los diagnósticos que las fundamentaron fueron muy agudos y lanzan desafíos muy importantes a quienes adherimos a un paradigma democrático. Ese diagnóstico llama la atención sobre la debilidad de las bases de proyectos tanto democrático-liberales como marxistas revolucionarios, resultado de la configuración de la sociedad, marcada por la fragmentación y la debilidad de vínculos clasistas, así como por la precariedad de los vínculos representantivos y de las lógicas institucionales. Por todo ello, el populismo aparece como una solución transitoria necesaria para llevar adelante las transformaciones que requiere el país. Sus escritos dan cuenta de una personalidad dotada de una originalidad y agudeza excepcionales, una voz crítica muy necesaria en estos tiempos. ¿Por qué de buenos diagnósticos surgieron malas apuestas? Acaso es la permanente convicción de la necesidad imperiosa de cambios profundos la que llevó a Franco a opciones que pecaron reiteradamente de voluntarismo. Franco era populista, pero un populista revolucionario, impaciente ante lógicas institucionales y reformistas.
Quizá una buena manera de terminar este artículo sea citar nuevamente al propio Franco, en un pasaje en el que expresa bien lo que creo podría considerarse una suerte de síntesis de sus preocupaciones intelectuales y vitales, en donde su toma de partido por el populismo, su desconfianza frente a la democracia representativa y su voluntad de cambio no eran sino expresión de su amor por el Perú, y en donde aparecen los exigentes desafíos intelectuales y políticos que nos plantea desde su “realismo desencantado”. Es cómodo criticar al populismo de Franco desde una posición “democrática” principista, pero tendríamos que aceptar que el país chúcaro a ser encasillado dentro de esquemas convencionales que retrató en sus escritos y la presión por el cambio social en un país tan injusto como el nuestro complicará siempre las cosas y obligará a algunas transacciones incómodas, por lo que volver sobre sus trabajos seguirá siendo necesario:
Sinceramente, no veo cómo el país puede evolucionar en un sentido moderno y democrático si el significado que atribuimos a estas nociones se inspira en un discurso normativo-liberal o en las experiencias históricas del mundo desarrollado. Si así pensamos, resulta inevitable definir el país por lo que no es, por lo que carece, por lo que le falta. De ahí no hay sino un paso a la decepción, la angustia o la irritación contra él. Por ello, a veces me asalta la idea de que la dureza de la crítica al populismo expresa, en su sentido más profundo, una crítica al país por ser como es o por no ser como queremos que sea. No critico esa actitud porque me parece una prueba de amor por el Perú, siempre y cuando se admita que esa es una forma típicamente peruana de amarlo.

Lo que resiento más bien de esas formas de amarlo es que, si bien se basa en su conocimiento, se enraíza en un rechazo de lo que es. El problema es que no hay forma de cambiarlo si no se le acepta como es, porque lo que es —imagino— incluye la forma en que admite ser cambiado. Que no descubramos o identifiquemos esa forma no es un problema del país, sino de nuestra forma de conocerlo y, acaso, de amarlo.Como se observa, lo que estoy sugiriendo es que quienes quieren contribuir a superar el populismo comiencen por aceptarlo. 12


* Politólogo, investigador del IEP.
Este texto es una suerte de “versión extensa” del artículo que publiqué con el título “Carlos Franco, el realismo desencantado” en el diario La República del 25 de diciembre de 2011. Agradezco los comentarios de Julio Cotler y Romeo Grompone a una versión preliminar. Obviamente, la responsabilidad por él es del autor.
Referencias bibliográficas
Franco, C. (1979). Perú: participación popular. Lima: Cedep.
Franco, C. (1981). Del marxismo eurocéntrico al marxismo latinoamericano. Lima: Cedep.
Franco, C. (1983). “Los significados de la experiencia velasquista: forma política y contenido social”. En Carlos Franco (coord.), El Perú de Velasco. Vol. II. Lima: Cedep, pp. 249-422.
Franco, C. (1986). “La impotencia de la sombra. Comentando los comentarios”. En Quehacer, n° 42: 18-21.
Franco, C. (1985) “Nación, Estado y clases: condiciones del debate en los ‘80”. En: Socialismo y Participación, n° 29, 1985.
Franco, C (1991) Imágenes de la sociedad peruana: la “otra” modernidad (Lima, CEDEP, 1991).
Franco, C. (1993). “Pensar en otra democracia”. En Cuestión de Estado, n.° 3: 10-15.
Franco, C. (1998). Acerca del modo de pensar la democracia en América Latina. Lima: Fundación Friedrich Ebert.
Franco, C. (2004). “Reformas del Estado y régimen político: de las expectativas e ilusiones a un realismo desencantado”. En Grupo Propuesta Ciudadana, La participación ciudadana y la construcción de la democracia en América Latina. Lima: Propuesta Ciudadana, pp. 41-80.

  1.  Un texto que explora otros aportes de Franco puede verse en Grompone, Romeo: “Los debates propuestos por Carlos Franco”. En http://www.iep.org.pe/noticia/0588/romeo-grompone-los-debates-propuestos-por-carlos-franco/
  2.  Todas estas citas son tomadas de Franco 1983: 249-422. Ver también Franco: 1979.
  3.   En estas reflexiones Franco siguió la línea de interpretación abierta por José Arico. Ver su Marx y América Latina (Lima: Cedep, 1980).  
  4.  Franco 1985. Las citas las tomamos de Franco 1991.
  5.   Franco 1986: 18-21.
  6.  Franco 1998.
  7.  Franco 1993: 10-15.
  8. Más razones en “Introducción”, de Alberto Vergara y Carlos Meléndez. En Carlos Meléndez y Alberto Vergara (eds.) (2010). La iniciación de la política. El Perú político en perspectiva comparada. Lima: Fondo Editorial de la PUCP, pp. 11-32.
  9.  Es interesante notar que en la actualidad se habla de un resurgimiento del populismo y de formas “plebeyas” de hacer política en toda la región, de un cuestionamiento al paradigma liberal representativo y de una reivindicación de “formas alternativas de democracia”. En el plano académico, considerar por ejemplo trabajos recientes de Ernesto Laclau o de Alvaro García Linera, por ejemplo.
  10.  Al respecto, es interesante confrontar el libro de Franco con la última publicación de Guillermo O’Donnell, Democracy, Agency, and the State. Theory With Comparative Intent (Oxford: Oxford University Press, 2010). En él, O’Donnell hace un análisis que podríamos llamar “histórico-comparativo” y en gran medida estructural de la manera en que se formó el Estado, la ciudadanía y la democracia en los país noroccidentales, y llama la atención sobre las diferencias de los procesos latinoamericanos, sin por ello deducir la inviabilidad de la democracia representativa en nuestros países, y señala la necesidad de fortalecer los Estados, el Estado de derecho y profundizar las capacidades de ejercer derechos ciudadanos en nuestros países. Añadiría que un gran problema de fondo del libro de Franco es que se basa en una visión muy idealizada de la construcción de la democracia en occidente, muy “estructural” y poco “política”, frente a la cual contrapone una historia latinoamericana en apariencia totalmente desconectada de los procesos y valores que dieron lugar a la democracia representativa. Ninguna de las dos cosas es cierta: ni en Europa las cosas fueron tan armónicas, ni en América Latina carecemos de tradiciones liberales y republicanas. Lo paradójico para mí es que Franco termina cayendo en el mismo error que muchas veces critica: mirar la realidad desde modelos ideales o esquemas ideológicos, no desde la experiencia histórica concreta.
  11.  Frente a este argumento, Julio Cotler responde que “[…] efectivamente, tengo una preferencia ‘personal’ (que aparentemente comparto con millones de peruanos) por la consolidación de la democracia y, con ella, de la justicia y la igualdad. Es desde esa perspectiva que analizo las condiciones de su desarrollo. ¿Está mal tener ésta —u otra preferencia— y explicitarla en el examen de los fenómenos sociales o sería más ‘académico’ considerarlos acríticamente? En segundo lugar, la prescripción normativa de la democracia tiene hoy en día múltiples significaciones; cualquiera de ellas se apoya en la autonomía de la sociedad y en la representación política plural. ¿Qué otra prescripción normativa sería más conveniente para la idiosincracia del Perú, la ‘social de participación plena’?” (p. 120). “Contra malentendidos”. En “Populismo y modernidad. Carlos Franco, Julio Cotler, Guillermo Rochabrún. Conversatorio”. En Pretextos, año II, n° 2, 1991, pp. 103-120. Lima: Desco.
  12. “Reflexiones finales”. En: ibíd, p. 116.